jueves, 14 de abril de 2016

Recuerdos de Stern 3

Hola, adoradme porque escribo más a menudo ¡Os traigo un pequeño relato! Al inicio iba a ser un largo con todos los hechos relevantes de Víctor con dieciseis. Pero entre que se me va haciendo largo y me quedé medio bloqueada, se convertirá en otra serie de pequeños relatos. Espero que os guste y no me odiéis mucho por el final.

Relato 1




El amor es algo maravilloso, puede aportar sufrimiento pero también la mejor felicidad que puedas encontrar.

Apenas había pasado un año desde que su amigo había pronunciado aquella frase, pero Víctor era incapaz de olvidarla porque no la comprendía. Quizás nunca lo haría y quizás fuese mejor. Bastaba con mirar al rostro de Gerard para ver todo el sufrimiento que el amor podía causar. Al inicio, daba dolor hasta mirarle, actuando de forma mecánica mientras que por dentro todo era una ebullición de tristeza y melancolía. Samuel, por su parte, había encajado el golpe de una forma inesperada, estuvo unos días sin venir a clase para después aparecer con un ánimo casi sereno, hasta que Gerard y él se cruzaban. Entonces el chico pelirrojo actuaba de la peor forma posible, tratándolo con un desprecio casi cruel. Todo con el fin de herirle. Y lo estaba consiguiendo.

Pero Gerard, para sorpresa de Víctor, nunca contestaba. Las primeras veces pensó que era porque estaba tan chocado como él, pero a medida que pasaba el tiempo nuestro protagonista dejaba de entender a su amigo. En apenas unos días Gerard había conseguido que Yohann lo dejase en paz, con la mediación y ayuda de su padre, pero lo había conseguido ¿Por qué no podía hacer igual con Samuel? Aunque no pudiera conseguir que lo expulsaran, ni perjudicarlo académicamente, porque no había razón lógica para ello ¿No se supone que el amor entre ellos dos funcionaba en las dos direcciones? Si Samuel podía herirle a él, Gerard debería de ser capaz de conseguir el mismo efecto.


No es así como funciona —le había comentado Gerard en una ocasión, cuando él le reclamó su actitud pasiva. —Más bien es como un reflejo. Su dolor es el mío. No puedo simplemente herirlo porque entonces yo también sufriré. No sabes lo que me duele verlo así. —Víctor había tenido que desviar la mirada por enésima vez para no afrontar el dolor de su amigo. Era algo demasiado fuerte que le dolía en el alma, aunque Gerard hubiese dejado ya de llorar.

Entonces Samuel es estúpido —contestó Víctor, aún sin comprender —. No llega a nada haciéndote esto. —Gerard negó con la cabeza.

No necesariamente —explicó. —La barrera entre el amor y el odio es muy frágil, Vic. Es probable que él lo vea de otro modo.  

Pues si tan frágil es, deberías romperla tu también. Creo que prefiero que os matéis a seguir viéndote destrozado. —Había sentenciado Víctor, frustrado. Gerard había suspirado pero no había añadido nada más, renunciando así a explicar por qué no podía hacer eso, porque para él, literalmente, era imposible. 

No habían vuelto a hablar del tema desde aquel día, pero en la mente de Víctor se perpetuaba el ansia de culminar con todo. Quería hablar con Samuel, pero Gerard aseguraba que lo más probable era que no lo escuchara.


¿Pero es que acaso escucha a alguien? —Había replicado el día que se lo comentó, ya frustrado porque su amigo pareciese querer echar a perder todos sus planes de arreglarlo todo. Y, sorprendentemente Gerard le había contestado, de mal humor pero lo había hecho.

Sí, se llama Catrina. —No hacía falta ser un genio para distinguir que su amigo estaba celoso. Catrina era una joven algo agraciada que habían visto acompañar a Samuel en varias ocasiones, desde la noche en que Gerard le rompió el corazón. Pero tanto Víctor como Gerard ignoraban de qué se conocían y era mejor que no lo supieran.

Todo estaba conectado de una forma que nuestro protagonista nunca se podría imaginar, y todavía se iba a conectar más en el futuro.

—Hijo, Dianne está en la puerta. —Víctor suspiró levantándose de la cama en donde estaba tendido mientras pensaba en cómo lograr hablar con la joven Catrina. Sabía que todo aquello que le había dicho Gerard no era asunto suyo, pero estaba harto de ver a su amigo sufrir sin hacer nada. O Samuel lo dejaba tranquilo o él haría que lo hiciese. 

—Ahora voy, padre —dijo, algo apresurado. La relación con Dianne era de las pocas cosas buenas que le habían ocurrido este último año. La muchacha era más madura y liberal de lo que se esperaba y había aceptado estar con él sin ningún compromiso. También le dejaba hacer gestos simples como acariciar el cuello, su pelo, o la espalda sobre la ropa en algún arranque de pasión. No se había atrevido a hacer mucho más y no porque no quisiera, simplemente el miedo y las normas sociales lo ataban. 

Aparte había gestos, como besar su cuello, que no hacían más que acentuar su deseo, y por ello intentaba evitarlos los más posible. No quería descontrolarse y forzar a la chica a nada indebido, él no era así.

Salió de la habitación, alegre, era por la tarde y aunque no habían quedado ni nada por el estilo estaba encantado de que ella hubiera venido. Era la mejor distracción y ayuda que podía tener a la vez.

—Buenas tardes Dianne, ¿a qué debo el honor de tu visita? —La saludó con el tono más carismático que su voz podía adoptar. Ella rió y le plantó un beso en los labios. Estaba preciosa, la cinta ancha y roja que llevaba a la cintura ajustaba la blusa de su vestido de tal forma que su estilizada figura en “S” era perfectamente distinguible, salvo por la falda holgada que llevaba. También la chaqueta larga de tela que vestía sin abrochar era roja, lo cual junto con su pelo anaranjado daba la sensación de que ella misma estaba envuelta en fuego. Un fuego atrayente y ardiente, que quemaba sin doler. Así se sentía Víctor cada vez que se besaban, envuelto en puras llamas de deseo y pasión.

—A que ansiaba verte, Víctor. —La forma en que susurró su nombre en su oído, más que delicada, seductora, hizo que prácticamente se estremeciera. Su mano viajó a su cuello mientras la besaba de forma lenta pero apasionada, permitiéndose disfrutar de todos los juegos que podían hacer sus lenguas desde el momento en que la chica se lo permitió. Amaba que ella apenas tuviera reticencias, que fuera tan apasionada como él. Dianne acarició su pecho en busca de la mano que no le acariciaba el cuello. Sentía como su piel hormigueaba de deseo con ese simple roce, mientras la mano de ella acariciaba la suya para después guiarla sobre la blusa de ella hasta que un silbido les interrumpió.

—¿Os dais cuenta de que no sois nada discretos? —Les llamó la voz casi burlona de Giovanna mientras su rostro se adornada de una maliciosa sonrisa. —Estáis ante la puerta, ¡cualquiera podría veros! —Dijo la joven con voz cantarina, Víctor enrojeció como un cangrejo y se separó de forma casi abrupta de Dianne. Giovanna no hizo más que reírse con ganas. —Tranquilo, papá está en el jardín y yo no espero a nadie. Aunque... —Otra risa surgió de sus labios mientras los nervios de Víctor se iban calmando. —Tú tampoco, ¿verdad? 

Seguía con esa sonrisa arrogante y maliciosa en el rostro, casi como si se burlara de él constantemente. A cada año que pasaba Giovanna era más provocadora y altanera, a creer que se divertía metiéndose con él. 

—Me sorprendes, Víctor, creía que eras menos indecente. —Víctor la fulminó con la mirada sintiendo como su rostro adquiría un tono rojizo que no sabía si era por vergüenza o ira, y dijo:

—¿No tienes nada mejor que hacer, hermana? —Giovanna volvió a reír y asintió terminando de bajar las escaleras.

—Claro, pretendía dar una vuelta pero tu fogosa novia me está tapando la entrada. —Víctor apretó los puños por el desprecio casi hiriente con el que ella pronunciaba las palabras y Dianne le sostuvo la mano procurando calmarlo, mientras se apartaba. Giovanna caminó contoneándose hasta la salida. —Procura no “comértela” mucho en mi ausencia —le susurró a su hermano antes de partir. El chico temblaba pero no contestó, su interior ardía y no precisamente por deseo.

—No le hagas caso —le dijo Dianne una vez la joven partió —. Solo está celosa porque ella no tiene a nadie. —Víctor agachó la cabeza, las palabras de su hermana le estaban calando hondo, indecente, así lo había llamado ella ¿Sería eso posible? No podía negar que sus deseos traspasaban la barrera de lo permitido antes del matrimonio. Pero mientras siguieran siendo solo deseos no había ningún problema, ¿verdad?

—Dianne, ¿me consideras indecente? —Preguntó. Ella rodó los ojos, negando.

—Claro que no —contestó —. No la escuches, en serio —insistió.

—Pero lo que estamos haciendo... ¿está mal? —Volvió a rodar los ojos y le besó, pero él se apartó rápidamente.

—Víctor, todo está bien, en serio —dijo de forma dulce. —No estamos haciendo nada malo. Solo te permito tocarme un poco. —Dio unos pasos hacia él, riendo. —Venga, por favor. No reacciones así. —Le acarició la mejilla y Víctor cerró los ojos, intentaba controlarse, actuar como una piedra. Pero era difícil cuando ella buscaba todo lo contrario. Dianne le volvió a besar y sus manos no pudieron más y subieron por su cintura. Ella sonreía, aún pegada a él, pero cuando se separaron para respirar Víctor advirtió que ya rozaba sus alzados pechos y se detuvo.

—Debes alejarte de mí, Dianne —pronunció. —Debemos frenar esto. —Ella le observó negando con la cabeza.

—Víctor, por favor. Estamos bien —Él la observó con cierto pesar, no le gustaba verla triste, pero era imposible borrar las palabras de Giovanna de su mente. Tenía pensamientos muy indecentes sobre Dianne, era cierto y tenerla ahí, a su merced, aumentaba su ansia de convertirlos en realidad.

—No, no estamos bien —repitió mecánicamente, intentando controlar sus manos, ya que los dos no se habían separado todavía. —¿Tú me quieres Dianne? —La chica negó con la cabeza con naturalidad.

—¿Tú sí? —Preguntó mirándolo sin comprender. Víctor no contestó sino que se permitió rozarle los labios, mientras una mano acariciaba los pechos de la chica sobre la blusa. Dianne abrió los ojos como platos ante su atrevimiento. No sabía si frenarle o dejarle ir, y más cuando su otra mano buscó  la forma de tocar su trasero sobre la holgada falda. Aquello era demasiado.

—Solo hay una cosa que quiero de ti Dianne —pronunció Víctor en su oreja con lentitud —. Y hace falta un matrimonio para conseguirla. —Dianne sintió como la sangre se le subía por la cabeza y se alejó.

—Yo... —Comenzó débilmente, observando al chico directo a los ojos. —Me prometí a mí misma casarme enamorada. No puedo hacer esto. —Nuestro protagonista asintió.

—Entonces me temo que esto es un adiós, Dianne. Lo siento. 


Y así había terminado la primera relación de nuestro protagonista. Con Dianne saliendo de su casa triste y decepcionada a la vez. Le costaba creer que Víctor estuviera dispuesto a tales extremos. Un matrimonio sin amor solo por jugar en una misma cama. Cruzar los umbrales de las normas impuestas por la sociedad era algo inconcebible, incluso para ella. Solo perdería su virginidad con quién amase y no sin antes convertir a esa persona en su esposo. Ella y Víctor no se volverían a cruzar hasta varios años después.

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