lunes, 17 de agosto de 2015

Recuerdos de Stern (Última edición el 15 de julio de 2019)

Investigando en mi tumbrl advertí que había subido allí cosas que nunca mostré acá, recuerdo dos relatos que subí sobre el pasado de mis personajes de Stern, algo así como trozos de su vida y algunas cosas más. Así que como resultaría difícil lograr terminar una precuela antes de esta historia, (tengo demasiados proyectos, perdonad), he decidido dejar esos trocillos por aquí, en una sección que llamaré recuerdos de Stern. Espero que os guste ^-^

Sistema escolar alemán de entonces: http://yuna6785-seyens.blogspot.com.es/2015/10/informacion-pertinente.html


Primer relato:


Edad de Víctor en el relato: 15 años.

A pesar de haber transcurrido un año, Víctor aún no terminaba de acostumbrarse al ritmo frenético de Stern. Quizás era porque en Venecia el mar suavizaba a la gente. O tal vez, el vivir entre Seyens en un lugar tranquilo y en paz, donde sabías que nunca ocurriría nada, le aportaba un humor relajante que nunca había tenido. Lo cual, al llegar a un nuevo lugar, donde no estarían protegidos, lo había puesto nervioso.

Sin embargo, después de todo este tiempo debería estar acostumbrado. Todo debería haber vuelto a su sitio. Pero no lo había hecho, el joven Roswell seguía sintiéndose fuera de lugar y quizás nunca dejaría de sentirse, al fin y al cabo nunca había sido humano del todo.

Esa sensación tan particular se manifestaba mucho en los momentos de celebración, cuando todo el ambiente a su alrededor se tornaba en una alegría que no sentía. Su padre pocas veces celebraba los cumpleaños, fuera del ámbito de la familia y amigos más íntimos. Sin embargo, en esta ocasión no habían podido librarse de la invitación de Dave. (El mismo que en esos instantes se hallaba coqueteando con una bella joven de cabellos rubios, aunque de vez en cuando desviaba la mirada hacia la intocable Giovanna.) Víctor incapaz de soportar esto solo había arrastrado a Gerard con él. Inicialmente, se lo habían pasado bien, pero el rubio no había tardado en encontrar alguien con quién hablar, y se había ausentado de la sala hace unos minutos. Lo cierto es que Víctor no le culpaba, solo a sí mismo.

No debería de depender así de alguien. Debería de encontrar un modo de divertirme, al fin y al cabo mi hermana lo está haciendo.” Pensó y era cierto, Giovanna se hallaba bailando con un joven castaño de dudosa reputación, pero increíble encanto y notable carisma. Víctor había oído decir que se llamaba Semil, aunque a Giovanna poco le importaba el nombre, solo se estaba divirtiendo. Disfrutando de la música y de los pasos de baile, como debería de hacer Víctor en estos momentos, sin embargo…

—Víctor, ¿puedes venir? —La voz alegre y serena de su padre lo sacó de su ensimismamiento, se hallaba hablando con una pareja de mediana edad bastante amable. Eran Bradiel y Arrianne Kruger, algunos de sus amigos en esa ciudad. Víctor ignoraba cómo se habían conocido exactamente, pero tampoco le había preocupado mucho, solo que, desde hace apenas un año, su padre pasaba mucho tiempo en su compañía y los había visto, en ocasiones, por la mansión.

Sin embargo, esa noche, había algo diferente en ellos, más bien, alguien. Víctor no había tardado mucho en identificar a la figura menuda que se alzaba a su lado, debido al destello rojizo que emitían sus cabellos. Se trataba de una joven de aproximadamente su edad. Bellísima, de largos y rizados cabellos rojizos sueltos y semi alborotados, cuyos mechones delanteros caían en actitud rebelde sobre su rostro, sin que ella se molestara en apartarlos. Ojos grandes y bien delineados de color marrón recubiertos de una perceptible sombra lila, a juego con el color de su vestido, que revestía un cuerpo bastante bien definido a su parecer. No estaba ni muy gorda, ni muy delgada, era perfecta. No era el ideal de belleza de ningún libro que hubiera leído, pero aun así lo era.

—Sí, claro. —El chico se levantó, con tranquilidad, cuando los ojos de ella, que hasta ahora no habían hecho nada más que observar la pista con un evidente desinterés, parecieron captarlo en toda su plenitud. Se dedicó a estudiarlo unos instantes y sonrió, ese chico no se asemejaba a ninguno de los que hasta ahora habían acudido a la pista, simples copias que siguen un patrón definido de antemano. No, él era diferente, no sabía cuánto, pero lo era.

—¿Recuerdas a Bradiel y Arrianne Kruger? Los he traído a menudo a casa. —El joven asintió. —Pues esta es su hija Dianne.

Lentamente Víctor levantó la vista hacia ella. No estaba seguro de cómo actuar, pero finalmente decidió ceder ante las normas morales y distinguidas que le habían inculcado y llevo la mano de Dianne a sus labios.

—Encantado de conocerla, señorita. —Ella soltó una breve risita alegre cuando se vio captada por los ojos marrones oscuros del joven. Dianne no era la única con un modo peculiar de mirar, también Víctor tendía a mirar directamente al rostro, a los ojos. Procurando captarlo todo a través de ellos. Evidentemente no lo hacía adrede, era una costumbre que había adquirido, inconscientemente, de su padre, pero a Dianne le pareció misterioso a la par que fascinante. Enseguida le atrajo hasta una mesa para que pudieran hablar en total tranquilidad. Mientras, sus padres los observaban con una sonrisa. Podría salir una bella amistad de allí.

Las primeras palabras cruzadas entre los jóvenes fueron soltadas al azar. Simples preguntas que les permitían conocerse. Fue así como Víctor averiguó que su autentico nombre era Dianne Arielle Kruger. Su padre trabajaba en una prestigiosa galería de arte, de ahí que se hubiese cruzado con Eivan Roswell a menudo, no era la última vez que le encargaban restaurar alguna de sus obras. Tenía dieciséis años y, al contrario de lo que Víctor había supuesto, acudía a la escuela laica. Sin embargo, y a pesar del deseo de saber de la joven, sus padres estaban completamente en contra de que acudiera a la universidad. No era el lugar adecuado para una mujer decían.

—¡¿Qué sabrán ellos?! —Bufó la joven, indignada. —El lugar de una mujer es donde esta quiere estar, ni más ni menos. No importa que sea en la casa entre bordados y demás labores “hogareñas”. —Entrecomilló la última palabra —que en la universidad entre libros y apuntes.

—La sociedad es así, no te extrañe. —El joven se encogió de hombros con naturalidad. —A mí me parece increíble que una mujer como tú desee llegar tan lejos. ¿Qué te gustaría estudiar? —Preguntó entonces, interesado, apoyando la cabeza en sus manos, mientras la observaba hablar atentamente.

—Literatura —contestó ella, sin dudar, —o música, no estoy segura. Pero probablemente lo primero. Adoro leer e investigar el por qué los autores de antes y ahora escribieron estas historias, que nos enternecen actualmente. Las corrientes, los motivos que rodearon su arte… Me parece un excelente objeto de estudio —le explicó, entonces. —¿Y tú? —Orientó, entonces, la pregunta hacia él. —¿Qué quisieras hacer una vez acabado el Gymnassium? ¿Qué te atrae? —Víctor bajó la mirada, pensativo.

—No estoy seguro. —admitió. –Mi padre quiere que estudie medicina, pero temo no conseguir la puntuación requerida para ello. Actualmente no consigo más de dos o tres matrículas de honor, por año, y tengo entendido que para conseguir llegar a la facultad se necesita una media de matrícula en casi todo el curso. Tampoco es algo sobre lo que me haya puesto a reflexionar mucho actualmente, estoy más concentrado en pasar de año. No me interesa destacar.

Ella asintió pacientemente y siguieron hablando, de lo básico pasaron a lo más complicado, calculando entonces sus preguntas con cuidado para no perforar ningún punto sentimental. No abrir heridas de ningún tipo en ellos. Es por eso que se desviaron enseguida a sus gustos y aficiones, ella le hablo de su gusto por la lectura y lo que más leía. También le recomendó algunos autores célebres. Víctor por su parte le habló del arte, la música, pero sobre todo, y aquello no era algo que muchos entendiesen, la experimentación.

—¿Experimentación? ¿Te refieres a productos químicos y cosas así o algo más difuso? —Víctor asintió, emocionado, mientras se cambiaba de postura y dejaba de sostener la cabeza entre sus nudillos. Terminó por dejar las manos planas sobre la mesa mientras hablaba.

—Lo descubrí con Gerard, pocas semanas después de entrar a clase. Cuando le encontré en los laboratorios, intentando combinar unos compuestos químicos, en ese entonces, desconocidos para mí. Él siempre estuvo tentado por probar cosas nuevas e innovadoras, e imagino que el mezclar compuestos solo para descubrir qué ocurría hace parte de ello. Me agradó tanto… —El chico se rió. —Creo que nunca vi el muchacho tan sorprendido, como cuando, en vez de reñirle, comencé a interesarme por los compuestos que estaba utilizando. Se trataba de un proyecto avanzado que, según él me dijo, le habían encargado. Aunque conociéndolo dudo mucho que no fuera más que un reto que se había propuesto.

»Acabamos terminando el proyecto juntos, pero eso no era lo importante. Escuchar hablar de las propiedades de cada organismo, compuesto, fórmula… Me fascinaba. Incluso aunque fuese lo poco que sabía Gerard por aquel entonces. Creo que por eso experimenta tanto, para saber.

»Acordamos finalmente vernos allí cuando no tuviéramos nada qué hacer, probar un poco de todo y de nada. Es entretenido, aunque debo admitir que no falta el momento en que temo que provoquemos una desgracia.

Ella se rió.

—De modo que eres un pequeño proyecto de científico —comentó, fascinada e interesada a la vez. Víctor sonrió. —¿Has pensado en dedicarte a ello más adelante? Sería una buena vía de estudio para ti, creo. La investigación química. —El chico arqueó las cejas, sorprendido, y ella sonrió. —Evidentemente, tendrás que dejar esos jueguecitos antes, claro. —Dianne se río, animada, y el chico sonrió, algo avergonzado.

—Quizás tengas razón —admitió él, encantado con la idea que le había propuesto.

—Y hablando de juegos, ¿quieres hacer un trato, Víctor? Te prometo que te divertirás mucho consigas la recompensa o no. —Dianne sonrió sensualmente y el chico se dejó llevar, entrando en un terreno hasta ahora totalmente nuevo para él, pero no por ello más emocionante. El juego era sencillo, había muchos lugares para esconderse en esta mansión, ella escogería uno de ellos y él, simplemente, debía encontrarla. Evidentemente, eso incumbía sortear varias distracciones como la música, la gente, o sus propios padres. Pero lo hacía más emocionante.

Básicamente jugarían al escondite, como de niños, solo que esta ocasión el premio para el momento en que la encontrase, era un beso.

—Evidentemente te está prohibido llamarme o preguntarle a cualquiera de los asistentes si me han visto. Respetemos las reglas del juego. —La chica se rió, divertida, completamente consciente de que el joven Roswell observaba sus labios con una sonrisa. —¿Y bien, Víctor? ¿Juegas? —El chico sonrió con malicia, aceptando el desafío propuesto. Sería entretenido.

—Juego —dijo simplemente.


Mientras, en los pasillos del primer piso, Gerard comenzaba a sentirse culpable. Si Víctor lo había invitado, no era solo por escapar a la soledad entre la multitud. También era, en cierto modo, para que se distrajera de lo ocurrido aquella mañana en clase. Cuando Yohann había decidido tomarla con él. Era la primera vez que le acosaban de manera tan directa. Víctor lo había sufrido desde su llegada a Stern y, prácticamente, estaba acostumbrado a callar e ignorar. Pero, él, era diferente, nunca había experimentado ese desprecio, ese dolor, esa frustración… Era prácticamente un ataque a su autoestima y no sabía si podría soportarlo cuatro años más.

Sin embargo, no era solo eso, si, por alguna razón el acoso se hacía demasiado fuerte, o se producía algún hecho que le incapacitase seguir estudiando de forma tan sobresaliente como lo hacía en Stern. Si sus calificaciones bajaban, aunque fuera un poco, debido a factores externos a su estudio personal… Sus padres tenían todo el derecho de mandarlo a Berlín, o a cualquier lugar donde fueran a sacarle provecho a una mente como la suya. La de un superdotado. Y él tendría que aceptar. Actualmente, su familia no podría pagar la educación selecta que deseaba y necesitaba, pero en estos casos, los institutos de todo el país se rifaban a los chicos como él. Pequeños genios que revolucionarían el país. No sería complicado conseguir una beca en cualquier lugar, podría ir a donde quisiese. Él problema es que él, precisamente, no quería irse de Stern.

—Venga Gerard, déjalo ya. ¡No te irás a ningún lado, te lo prometo! —La voz insistente de Samuel lo sacó de su meditación, era con él con quién se había encontrado en el baile aquella noche y no había tardado mucho en huir de la multitud en su compañía. Por alguna razón se divertía mejor con él, que con cualquiera de las jovencitas que se hallaban presentes en la sala central. Quizás era por aquel secreto que compartían los dos.

—Lo siento, no puedo evitarlo, duele. —El chico rubio se apartó las lágrimas de los ojos. —No sé cuánto podré resistirlo, si apenas acaba de comenzar y ya reacciono así. De verdad que no sé cómo lo soporta Víctor. —Fijó atentamente la vista en los orbes marrones del chico que se hallaba frente a él. —O tú —dijo.

—Soportándolo, es lo que nos queda. —El chico pelirrojo se encogió de hombros, sin darle la más mínima importancia. —Pero tú eres diferente, no tienes porque hacerlo. Habla con tus padres, haz que presionen al director. Yohann no tiene padres así que no les sería muy complicado vencer. —Dio unos pasos hacia él, adoptando un tono más convincente. Gerard bajó la cabeza, dudando.

—No sé si es lo más adecuado —admitió.

—¡Como si eso importase! —Argumentó el otro chico, imperceptible, e iba a obligarlo a alzar el rostro hacia él cuando algo chocó contra él, interrumpiéndoles de improviso.

—¡Vaya, lo siento, perdonad caballeros! —Se disculpó la joven pelirroja con una educada reverencia y se rió. Se trataba de Dianne. El rostro de Gerard pareció virar al rojo, pero Samuel sonrió con amabilidad, sin importarle lo más mínimo lo ocurrido.

—No os preocupéis, no pasa nada. –La disculpó, enseguida. —Pero, ¿qué hace una dama tan distinguida como vos correteando por los pasillos? –La chica se rió.

—Solo es un juego, no os inquietéis. Solo que… Si veis a un chico moreno persiguiéndome no le digáis donde estoy, sería trampa. —Dianne se volvió a reír divertida y partió enseguida. Samuel la observó sonriendo.

—Una chica curiosa. —admitió, Gerard asintió.

—Es la hija de los Kruger —dijo simplemente. –Le encantan los juegos. —No parecía muy interesado por ello y pasados unos segundos prácticamente se había olvidado de ella. Sin embargo, los chicos debían admitir que el pasillo del primer piso no era el mejor lugar para hablar de temas personales. La sala de abajo estaba llena, y aunque se concentrasen en una esquina se les notaría demasiado que estaban incómodos. Además, Gerard no quería darle la ocasión a Víctor de pensar que lo estaba rehuyendo por alguna razón especial. La mejor opción se concentraba en entrar en alguna de las habitaciones. Era una propiedad privada, sí, pero dudaba que importase mucho si no iban a tocar nada, solo buscaban confidencialidad. Al menos él…


96, 97, 98, 99, 100.” Terminó la cuenta Víctor, inspirado, y se levantó dispuesto a buscar la misteriosa joven. Estimó que, dada la evidente probabilidad de que la vieran y reconocieran, la chica no se ocultaría por la sala de Baile. Por lo que enseguida se encaminó hacia lugares más remotos, como las habitaciones de arriba, o las zonas más restringidas como las cocinas y habitaciones de los criados, situadas más abajo. Pero, de nuevo, dudaba que ella se paseara por allí. La echarían enseguida. Sí, las habitaciones de los dueños de la casa era el lugar donde mejor podría encontrarla, no había otro remedio.

Aprovechó que su padre se hallaba en un rincón, riñendo a su hermana, para escabullirse hacia las escaleras del piso principal. La zona estaba algo oscura, pero no tardó mucho en encontrar forma de iluminarla. Era una zona lisa, de paredes doradas y opacas al igual que toda la casa. Se dedicó a dar una vista preliminar del lugar, había seis habitaciones si se contaban las de invitados, pero también los baños y un estudio. No parecía muy complicado si actuaba con astucia. En eso estaba pensando, cuando la puerta de una habitación circundante se abrió de improvisto, y un chico pelirrojo salió prácticamente llorando de ella, sin apenas prestarle atención.

—¿Pero qué…? —murmuró el chico, desconcertado, cuando vio que había otra figura en la habitación. Otro chico, Gerard. Este se hallaba apoyado en el balcón del fondo del cuarto y, a la luz de la luna, pudo ver que sus ojos también se hallaban ordenados por finas lágrimas, en completo contraste con el rostro aparentemente sereno del chico rubio.

—Gerard —pronunció Víctor, curioso y dubitativo pero, también, preocupado. El chico enseguida se giró, limpiándose las lágrimas con el puño mientras le hacía frente.

—No te preocupes —dijo, terminó de limpiarse y forzó una mueca tranquila. —No es nada —Víctor arqueó una ceja, había visto al amigo de Gerard bastante afligido para que fuese nada. —Dianne se fue por allí. —Señaló el pasillo de enfrente. —Apúrate si quieres encontrarla antes de que se canse —comentó, simplemente, el chico moreno negó con la cabeza.

—No deberías ayudarme —explicó. —Va contra las reglas. —Gerard sonrió, desinteresado.

—Esta casa es grande. —Fue su respuesta, Víctor aún lo observó unos momentos, desconcertado. —¡Venga, vas a perderla! —Animó de nuevo, Gerard, algo más entusiasmado. Finalmente, el otro chico pareció rendirse y se encaminó hacia donde le había indicado, pero antes se giró hacia su compañero y dijo.

—Mañana hablaremos, no te creas que puedes escaparme tan fácilmente. Quiero saber todos los detalles. —El chico abrió la boca, sorprendido y temeroso, creía que el asunto de Dianne era suficiente para distraer a su amigo de preguntar. En verdad, no se esperaba esa reacción. Y menos su presencia en aquellos instantes.

Y sin embargo… Ella misma nos lo advirtió.” Rememoró, mientras recordaba el encuentro con la joven pelirroja. “¿Por qué no se me ocurrió que podía pasar?” Apretó los puños de rabia y frustración, mientras se encaminaba corriendo hasta la planta baja. Todo había salido mal…


Samuel, por su parte, se hallaba sentando en cuclillas sobre la hierba de los jardines de los Von Andechs, llorando silenciosamente sin consuelo alguno. Se las había arreglado para recorrer las esquinas más oscuras de la mansión, no quería llamar la atención. Pero, por alguna razón, no podía evitar llorar.

No podía detener los ríos que formaban sus ojos mientras los recuerdos pasaban ante él a cámara rápida, como flashes descontrolados de una vida que no era la suya, y dolía. Ese chico, Gerard, era más que un amigo, más que una prueba, más que un simple reto o experimento, que un simple juego para él. Y creía que el sentimiento era recíproco, al fin y al cabo el chico rubio nunca había manifestado interés por ninguna de las jóvenes que había conocido. Solo él…

Cuando comenzaron a verse en secreto, hace casi un año, ninguno se había imaginado que duraría tanto. Pensaban que solo era una confusión, una ilusión que había dispuesto su mente en aquel momento. O tal vez, un desafío de los cielos, una tentación. Gerard no creía en esas cosas, pero él sí, y en aquellos momentos se había hallado tan confuso que cualquier explicación le parecía verdadera. Cualquiera salvo la más inverosímil, que aquello que sintiera fuera verdadero y que jugar así solo empeoraría las cosas. Que no haría más que aumentar el sentimiento creciente hacia el que había considerado, hasta ahora, su mejor amigo. Hasta que, tarde o temprano, este sería tan fuerte que no podría evitarlo; menos luchar contra él. Y todo se vendría abajo, como acababa de pasar.

Sí, inconscientemente siempre supo que Gerard le haría daño, pero… Incluso así no solo dolía, destrozaba. Algo en él se había resquebrajado esa noche, cuando el chico rubio le había declarado que debían detenerse, que ya no podía seguir. Porque aquello no le emocionaba. Y sin emoción el juego no podía tener sentido, ¿o sí?

—Lo siento. —Había emitido, finalmente, el chico rubio, pagado de sí mismo. –Supongo que solo fuiste un capricho, al fin y al cabo. Me equivoqué —confesó. Samuel soltó un grito ahogado, comenzando a llorar de nuevo.


¿Por qué? Sollozó simplemente. —¿Por qué? Siguió llorando, inconsolable. No comprendía qué le pasaba, por qué su mente se empeñaba en repetir hasta la saciedad la misma escena. A creer que nunca se cansaba de ella. Y dolía, no, desgarraba, arrancaba, rompía, destrozaba, nunca sabría explicarlo adecuadamente. Simplemente era como si… Su corazón… Se resquebrajara en mil pedazos.
_________________________________________________________________________________

Segunda parte ya disponible aquí: http://yuna6785-seyens.blogspot.com.es/2015/10/recuerdos-de-stern-relato-de-victor-con.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lee el último capítulo publicado :)

Informes sobre Stern, Recuerdos de Stern, Diario de Evelin y más.

¡Hola, hola! Si alguien, en algún momento, se pasa por el último relato publicado se dará cuenta de que las notas iniciales cambiaron y ya n...

Publicaciones y relatos más leídos