viernes, 1 de marzo de 2013

Seyens: Stern| Capítulo 5 (Última edición: 20 del 07 del 2019)

Dejo el siguiente, perdonad la tardanza pero esta semana apenas he podido respirar, mucho trabajo, además estoy algo malilla, más información en el blog y en mi twitter. https://twitter.com/Paulabna luego pongo la imagen junto a la del waatpad, espero que os paséis.

5

Poco después de la partida de la chica, Víctor se encaminó a su casa mientras un ligero picor se manifestaba en su ojo derecho. Pestañeó pero el picor seguía presente, razón por la cual, con una mano, apartó delicadamente los mechones de pelo que le tapaban completamente ese ojo y acarició la zona con los dedos. Sus dedos recorrieron la zona tranquilamente y solo se pararon al tocar una cicatriz que le atravesaba el ojo, formando lo más parecido a la marca de unas garras afiladas. Esa marca se la había dejado un licántropo, concretamente su hermana al transformarse en uno. Pues, la pobre, había sido mordida por uno de los licántropos que habían atacado a su padre.

Víctor recorrió la cicatriz durante cierto tiempo. Estaba seguro de que el picor provenía de allí, pero la falta de espejo le hizo desistir, confiando en que el picor no tardaría mucho en pasar.

El carruaje no tardó mucho en pararse, esta vez delante de la casa de Víctor.

En cuanto él salió del carruaje notó como una ligera brisa le movía el pelo hacia atrás y su piel, que aún conservaba algo del bronceado que había adquirido durante el verano, comenzó a brillar, iluminada por la luz de la luna. Víctor miró su piel, asombrado, cada vez había más pruebas de que se estaba convirtiendo en Seyen...

Entró en su casa y subió corriendo las escaleras hasta su habitación (la casa tenía dos pisos y las habitaciones estaban arriba). Allí se puso a rebuscar entre los cajones de su cómoda hasta que la encontró, era una libreta pequeña y vieja, Víctor la ojeó y vislumbró algunos dibujos de ángeles, si, era esa. Al comprobar que era muy tarde decidió ojearla en la cama por si acaso le venía el sueño y se dormía.

Una vez en la cama y con únicamente una lámpara pequeña encendida se dispuso a hojear la libreta.
En ella había varias historias de seyens, que poco a poco iban revelando datos, como a Víctor ya le habían contado todo sobre los seyens, antes, no tardó en recordarlo todo...

Los seyens eran una raza inmortal, encargada de salvar a los humanos de criaturas maléficas como los vampiros, demonios o licántropos. Poseían múltiples poderes psíquicos (entre los que se incluía leer los pensamientos) y algunas habilidades físicas e instintivas que les ayudaban a luchar. Además, en las noches en las que surgía la luna su piel se revestía de un brillo muy peculiar y atrayente, que les defendía de las criaturas maléficas, haciéndoles absorber la energía de estas al menor contacto.

Había más cosas, pero a Víctor solo le interesaba recordar lo esencial y además estaba demasiado cansado para investigar por lo que luego de posar la libreta encima de la mesa de noche, apagó la luz y se durmió.


La noche pasó lentamente y pausadamente. Los sueños de Víctor eran extraños y todos tenían que ver con lo mismo. La ciudad, los asesinatos, esas criaturas demoníacas que los provocaban y por último, los Seyens. Esos cazadores tan especiales. Todo ello hacía que el sueño de Víctor fuera cada vez más inquieto, de vez en cuando le asaltaban escalofríos y pensaba en sus amigos y Layla. Si realmente era Seyen, ¿de verdad estaba dispuesto a arriesgarlos para cumplir su misión? Lo podría perder todo...

Sin embargo, a la mañana siguiente todo le parecía muy lejano. A creer que solo fuera un sueño. De hecho podría serlo, al fin y al cabo el ojo no le picaba, y se sentía mejor que nunca. Se levantó, sin prisas, ya que hoy era sábado y él no trabajaba los sábados, se vistió y fue al cuarto de baño a lavarse la cara y peinarse.

Se restregó el agua por la cara, sin apenas prestar atención a su rostro. Incluso así advirtió que su piel parecía más suave que de costumbre, sobre toda en la zona derecha. Le quitó importancia ya que era imposible que la piel fuera suave en esa zona. Justo donde tenía la cicatriz que le había infringido Giovanna. Poco después de secarse la cara, cogió un peine y observándose ante el espejo comenzó a apartar su pelo de los ojos para peinarlo bien. Cuando, luego de separar unos cuantos mechones de su lado derecho, entrevió algo que le hizo detenerse sorprendido.

La cicatriz había desaparecido...Víctor pestañeó varias veces. No. No podía ser. Su cara estaba intacta. No había, ni rastro de ella, ni de ninguna marca parecida. Era como si nunca hubiese estado allí.

Eso solo podía tener una explicación que la cicatriz se le hubiera curado misteriosamente.
Del mismo modo que se le curaban las heridas a los seyens...

Víctor culminó de arreglarse, algo asustado, ahora no había duda el era un Seyen y eso no le gustaba.

Los seyens atraían a las criaturas maléficas de un modo increíble. Les hacían desear matarlos y alimentarse de ellos a cualquier precio. Por eso muchos seyens podían morir a los primeros días de transformarse, atacados por un vampiro, licántropo o demonio.

Necesitaba defenderse si no él también sucumbiría. Su padre le había contado que los de su raza se defendían con armas blancas, ya que eran de las pocas a las cuales, fácilmente, podían transmitir su energía. Y solo las armas reforzadas con la energía “angélica” de los seyens eran capaces de lastimar a las criaturas maléficas.

El problema era que él no sabía luchar, bueno ya aprendería, lo principal era encontrar las armas. Su padre debió de guardarlas en algún lado, tal vez algún rincón de su habitación.

Inspiró hondo y se mentalizó para penetrar en esa oscura habitación. No era una tarea fácil pues no había vuelto a entrar allí desde hace un poco más de cinco años. Tenía miedo de que lo abrumaran los recuerdos tanto de su padre, como de su muerte. Pues aunque había conseguida superarla, eso no significaba que no lo echara de menos. Cada día desde su fallecimiento...

Finalmente consiguió reunir el suficiente valor y se adentró en la habitación. Esta era espaciosa y oscura, más oscura que la del propio Víctor; quien nunca había entendido la predilección de su padre por colores tan sombríos como los que adornaban las paredes de su habitación.

Registró minuciosamente cada rincón de la estancia, y, sorprendentemente, no encontró nada que recordara a los seyens ni en las paredes, ni en ningún cajón de la cómoda o de la mesita de noche, ubicada al lado de una cama doble. Ni siquiera en los armarios. Lo que sí encontró fue una llave dorada, justo encima de la mesita de noche.

En cuanto la cogió un recuerdo vino a su mente. Estaban su padre y él en esa misma habitación. Víctor lo rememoraba bien ya que por aquel entonces acababa de cumplir los dieciocho. Su padre acababa de citarle allí para algo muy importante, los dos solos o eso le había dicho:


No comprendo, ¿a qué viene tanto misterio, padre? ¿Qué hacemos aquí? ¿Es por lo de ayer? Le juro que no se volverá a repetir —reclamó Víctor, mientras penetraban en el cuarto y su padre cerraba la puerta.

No se trata de lo que hiciste ayer, sino de como y porque lo hiciste. Cumpliste dieciocho hace apenas unos días y has cambiado. En tu interior están despertando poderes. Poderes que yo no poseía hasta que me convertí en Seyen —le explicó entonces su padre, con serenidad.

¿Poderes? —Víctor se alarmó. —No querrás decir que...

No, afortunadamente no. Aún no te ha llegado ese momento. Pero eso confirma algo que siempre sospeché, aunque me hubiera gustado que no fuera cierto. Que tú estás destinado a ser un protector al igual que yo. —Protectores, así llamaba su padre, a los seyens en muchas ocasiones. Protectores de los humanos. Víctor simplemente asintió, sabía de lo que hablaba su padre, aunque no estaba seguro de la relación que tuviera conque se hubieran citado allí.

Es por eso que te he reunido aquí. Te estás haciendo mayor, hijo, y ya no puedo guardarte más secretos. —Su padre abrió un cajón de la mesita de noche y sacó una llave que Víctor observó con curiosidad. —¿Recuerdas la habitación de la planta baja de esta casa? ¿Esa a la que tantas veces intentaste entrar sin mi permiso?

Bueno yo… —comenzó a armar una disculpa, Víctor, aunque no sabía qué decir. Siempre había tenido curiosidad por lo que había allí y el porqué de que la sala estuviera siempre cerrada con llave. Más nunca consiguió entrar en ella.

No hace falta que te disculpes Víctor, no estoy enfadado y no te he llamado para reñirte. Si no para entregarte lo que es tuyo por derecho, como mi heredero y futuro Seyen —lo interrumpió su padre y le dio la llave. —Esta es la llave de esa habitación y es tuya ahora. Solo debes usarla si en algún momento te conviertes. Pues solo allí encontrarás lo necesario para cumplir tu misión, de darse la transformación.


Víctor acarició la llave, pues claro, la habitación. Seguramente era allí donde su padre había guardado todo lo que tenía que ver con los Seyens.

—Señor Roswell, su desayuno está listo ¿va a tomarlo ahora? —dijo Mary, apareciendo de improvisto.

—Sí, gracias Mary, retírate —le dijo Víctor a la criada y ella se fue, mientras Víctor bajaba al comedor.

Luego de desayunar Víctor cogió la llave de su padre y bajó a la planta baja. En cuanto llegó allí vio la habitación, puso la llave en la cerradura y la giró. La puerta se abrió mostrando una sala espaciosa, por donde uno podía moverse con un arma, sin dañar los muebles sin querer. Pues los que había, un armario y una mesa pequeña con el espacio suficiente para una lámpara, y papeles y lápices para dibujar o escribir, estaban alejados del centro, casi pegados a la pared que estaba llena de cuadros y dibujos de seyens, tanto juntos formando un grupo como luchando contra alguna criatura maléfica.

Víctor se acercó al armario y lo abrió, las había encontrado.

Eran dos espadas, la primera la reconoció al instante, era el arma de su padre, llamada Yagatán y la segunda era una espada un poco extraña. No tenía empuñadura sino que la hoja, fina, se insertaba directamente en el dedo sin dañarlo.

La mano de Víctor fue directa a esa espada extraña, por alguna razón él sentía que debía manejarla. No sabía por qué pero estaba predestinado a ella.

Víctor la cogió delicadamente, parecía vieja, pero en cuanto la introdujo en el dedo la espada rejuveneció y se adaptó a sus movimientos. Sintió que a pesar de no haber luchado nunca podría manejar no solo esa arma, sino cualquier arma que tuviera al alcance.

Animado, acabó probando algunos movimientos y se asombró de lo poco que tardó en manejarla. Sonrío, satisfecho de si mismo y siguió practicando. Puede que sobrevivir no fuera tan difícil como lo parecía pero aun así convenía estar preparado.

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