miércoles, 20 de febrero de 2013

Seyens: Stern| Capítulo 4 (Última edición: 19 del 07 del 2019)

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—Víctor, ¿estás ahí? ¡Víctor! —La voz de Layla lo sobresaltó, devolviéndolo a la realidad, no podía creer que la hubiera ignorado, aunque no deliberadamente.

—Lo siento Layla, estaba distraído —admitió, sintiéndose culpable. No sabía qué le estaba pasando y para peor esas voces no cesaban.

—No pasa nada, no era importante. —Layla le quitó importancia, o esa mujer era demasiado buena o lo quería demasiado. O las dos cosas. En cualquier caso, Víctor se lo agradecía. No sabía muy bien qué eran realmente esas voces. Si su suposición era cierta o no, pero estás le impedían concentrarse en cualquier conversación, que Layla u otra persona intentase entablar con él. Necesitaba salir de allí y rápido, o fácilmente se volvería loco.

—Layla, voy a salir a dar un paseo, necesito tomar el aire. —se disculpó, Víctor. Necesitaba salir de allí, ya.

—¿Puedo acompañarte? —Preguntó Layla. Víctor la miró, dudoso, en otra ocasión le hubiera encantado estar a solas con ella allí fuera. Pero ahora le convenía estar solo para alejarse de esas voces.

—Ahora mismo no, vente después. —contestó él y salió del restaurante. En cuanto estuvo fuera dejó de oír las voces y eso le tranquilizó y le permitió reflexionar sobre lo ocurrido.

Algo en su interior le decía que de verdad estaba oyendo pensamientos y que no estaba soñando. Pero lo que había pasado en el restaurante no era normal y Víctor estaba seguro de no haber enloquecido pero entonces... ¿Qué es lo que ocurría realmente? ¿Cómo era posible que él ahora oyera los pensamientos de otros?

Eso no tenía explicación a menos que...

Las palabras de su padre le vinieron a la mente: "Los seyens pueden oír los pensamientos de cualquiera y eso les permite..." Si, los seyens oían los pensamientos pero él no era seyen, ¿o sí?

Hace mucho tiempo, cuando él ya tenía uso de razón, su padre le fue revelando, primero a base de leyendas y luego con vivencias y relatos, como detrás de las sombras y la oscuridad de la noche existe un gran peligro para la humanidad. Seres de pesadilla que existen realmente. Monstruos que los humanos solo conocen por leyendas y cuentos. Esos monstruos, como él bien sabía, eran los que estaban provocando esta situación en la ciudad. Y solo existe una raza que puede hacerles frente: los seyens. Descendientes de los arcángeles, estos seres poseían poderes extraordinarios. Se introducían en la mente de sus adversarios y averiguaban sus mayores miedos, para luego utilizarlos en su contra. Y así poder hacerles frente. También sabían luchar y eran más rápidos y ágiles que los humanos.

Sin embargo, había otra cosa, según él recordaba, algunos humanos podían llegar a transformarse en seyens y al hacerlo adquirían esos poderes. Evidentemente, no era algo casual, y solo les ocurría a unos pocos elegidos.

¿Entonces, era eso lo que le estaba ocurriendo?, ¿se estaba transformando?

Por primera vez en mucho tiempo Víctor deseó que su padre, que había sido un seyen anteriormente, estuviera allí para contestar a esas y otras preguntas que tenía en mente. Pero él había muerto hace cinco años, asesinado por unos licántropos, justo delante de Víctor al salvarlos a él y a su hermana mayor, Giovanna, de esos mismos monstruos.

Por ello, no tenía un modo fijo de averiguar si se había transformado en seyen, pues él solo recordaba brevemente algunas características de ellos. Lo mejor era que volviera a su casa y buscara la libreta en la que había tomado notas de lo que su padre le iba contando. Una vez repasada la libreta, seguro que recordaba más cosas y entonces podría saber si de verdad se estaba transformando o no.

Planeado ya su próximo paso, Víctor se dedicó a mirar el horizonte, la noche estaba oscura, con un cielo que oscilaba entre nubes y claros, (en este momento había nubes). Pero él veía perfectamente y no debido a las farolas que iluminaban la ciudad, sino debido a otra cosa, aunque no acertaba a adivinar el qué.


Layla salió del restaurante y se acercó a él. No quiso echarla, al fin y al cabo ahora mismo él no podía saber nada más. Lo supo porque la sintió antes de verla, pero decidió no preocuparse por ello.

—¿Víctor? —preguntó ella, como pidiendo permiso para hablar. Él giró la cabeza con una sonrisa que ella le devolvió al instante.

—Esto está muy oscuro —añadió, situándose a su lado.

—¿En serio?, pues yo veo bien. —Se limitó a contestar él, sabía que no era normal que viese tan bien, más darle vueltas ahora era inútil. No conseguiría averiguar nada.

—¡Puede que tengas vista de Búho! —bromeó ella, provocando una pequeña risa en ambos. Se cogieron de la mano en un gesto casual, más ella terminó por observar los alrededores, con cierta desconfianza y dijo, instando a Víctor a acompañarla de nuevo al restaurante.

—Vamos a volver. —Él la detuvo con delicadeza, ella se giró y por unos instantes se miraron, finalmente los labios de él mostraron una sonrisa maliciosa y tentadora y dijo:

—¿No estás bien aquí conmigo?

—Sí... —contestó ella, algo dudosa. Realmente se sentía bien allí a solas con él, pero no sabía si era lo más prudente para ella. Ni lo más adecuado.

—¿Pues entonces? —añadió él, interrumpiéndola y la resolución de ella flaqueó haciéndole decir:

—Nada, mejor nos quedamos aquí. —Layla se debatía entre lo tanto que le asustaba, (a ella y a todo el mundo desde las muertes), estar allí desprotegida en una noche oscura y lo segura que se sentía con Víctor. Él sonrió al ver eso en su mente aunque no pudo evitar sentirse culpable por haber leído sus pensamientos. Ojalá averiguara pronto lo que ocurría para así pararlo. Ella se quedó mirándolo durante un buen rato pensando en lo increíble que había sido que un joven como él se fijara en ella. Al oír eso Víctor empezó a cambiar de idea:

Creo que me gusta este poder.” pensó y entonces vio en la mente de Layla una escena parecida a lo que había ocurrido en el restaurante solo que en ella eran ellos los que anunciaban su compromiso y no Simeón y Dianne. Y eran los padres de ella los que anunciaban su conformidad y luego…

Para, Víctor para” se ordenó interiormente a si mismo “¡Para de leer su mente!”...

La conciencia de ella desapareció, Víctor se extrañó, puede que su poder solo fuera temporal, que afortunadamente no se estaba transformando. Pero en realidad no era así, simplemente estaba aprendiendo a controlarlo.

—Dianne y Simeón me dan algo de envidia —admitió Layla.

—¿Lo dices por la boda? —preguntó Víctor —. Ya sabes que cuando quieras… —añadió y ella lo interrumpió enrojeciendo.

—Yo no... —, “” oyó Víctor, otra vez estaba leyéndole la mente ¿Es que acaso no tenía remedio?

Layla siguió procurando explicarse con más claridad.

—No estoy segura de que me quiera casar y además mis padres no aceptarían nuestra boda.

—Bueno… Todavía tenemos tiempo. —Le concedió Víctor, en realidad tenían todo el tiempo del mundo pero Víctor no quería casarse demasiado tarde. Ya tenía veintitrés años. Por eso no pudo evitar musitar en voz baja. —Pero no demasiado.

—¿Qué estás murmurando? —Le reprochó Layla al darse cuenta. Estaban demasiado cerca para que ella no advirtiese esos detalles.

—Nada, es solo que no quisiera ofender, pero me parece que está muy mal que tus padres te obliguen a casarte y con un hombre que no quieras. — explicó Víctor, lo que era parte del asunto que le preocupaba con respecto a ellos y su relación.

—Ya… Es una suerte que me hayan dejado anular el compromiso, pero para eso tuve que prometerles que me casaría pronto. Pero, ¿cómo quieres que cumpla esa promesa si apenas me dejan verte? ¿Con quién me voy a casar si no es contigo? —Se quejó, ella, al oír eso Víctor sonrió y la atrajo más hacia él.

—Me encanta oír esas palabras de tus labios— le susurró en un tono pícaro. Ella se acercó a él, pero justo en ese instante aparecieron Dianne y Simeón. Y Layla tuvo que retroceder, bastante cortada.


Lo cierto es que le tomó lo suyo reponerse de la sorpresa, realmente no esperaba que alguien los interrumpiera ahora. Estaban solos entre las sombras, él acababa de dedicarle un cumplido, iban a besarse... Pero de improviso, allí estaba Dianne acompañada de su prometido, justo en el momento ideal, a creer que el destino conspiraba contra ellos. Consiguió, a pesar de todo, mantener un tono neutro, (ellos no tenían la culpa de que ella y Víctor estuvieran a punto de besarse ahí mismo) y dijo:

—Hola Dianne, enhorabuena.

—Gracias —agradeció Dianne, sonriendo. Simeón, no tan alegre, forzó una sonrisa. Víctor se sorprendió, ¿era solo impresión suya o Simeón estaba fingiendo? ¿Tanto le importaba su hermano que su ausencia a tal evento tenía que desilusionarlo? ¿Además no le había dicho él que no iba a venir? Entonces se percató de que Simeón lo observaba y le devolvió la sonrisa como si nada.

Simeón dudó manteniendo la vista en sus ojos negros, por un momento un brillo de extrañeza cruzó su rostro, pero luego sacudió la cabeza. Entonces Víctor supo lo que miraba, sus ojos. Habían pasado del marrón oscuro al negro en apenas un día. A él también le había extrañado, al notarlo mientras se preparaba para la cena. Pero con las prisas apenas le buscó explicación y se convenció de que era cosa de la luz, o un efecto óptico. De pronto no se sintió muy seguro allí, quizás le convendría marcharse.

—Creo que será mejor que me vaya a casa. Ya es muy tarde. —dedujo entonces en voz alta.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó Layla.

—Si quieres, pero prefiero dejarte en tu casa antes, y así asegurarme de que no te ocurre nada esta noche. —le contestó Víctor.

—¿Ocurrirme? ¿Te refieres a los asesinatos? Tranquilo, no me pasara nada, sobre todo si voy contigo —aseguró ella, bastante tranquila. Se sentía muy tranquila con él, quizás demasiado, al fin y al cabo él no podía protegerla de todo. Pero eso era bueno para su relación.

Se despidieron de Dianne y Simeón y Víctor llevó a Layla hasta su carruaje, mientras se dirigían hacia allí vieron que algunas personas montaban en automóviles y los admiraron durante un rato.

—Ojalá mis padres tuvieran el suficiente dinero para comprar uno —comentó ella.

—¿Comprar? Entonces será mejor que yo no me compre ninguno para que no te mueras de la envidia. —bromeó, Víctor mientras se subían al carruaje que arrancó justo después de que ellos comunicaran su destino al conductor.

—¿Te vas a comprar un automóvil? ¿Tienes bastante dinero? —preguntó ella muy sorprendida.

—Bueno, lo cierto es que entre lo que he ahorrado y lo que me queda de la herencia de mi padre creo que ya tengo de sobra para concederme ese y otros caprichos —admitió Víctor. Lo suyo no era demasiado, pero al morir su padre le había dejado una increíble fortuna.

—Ojalá lo compraras para mí, o para dárselo a mis padres, puede que así acepten nuestra boda —dijo ella.

—No pienso sobornar a tu familia ni creo que haga falta hacerlo, solo tenemos que ser pacientes, con el tiempo se darán cuenta de que lo mejor para ti es que te cases conmigo —opinó Víctor.

—Eso espero —dijo ella.


El carruaje fue disminuyendo la velocidad hasta que se detuvo en casa de Layla.

—Ya hemos llegado —anunció Víctor, cuando el carruaje se paró.

—Bueno, me voy —dijo Layla, mientras se dirigía a la puerta de la carroza y la abría.

—Espera —dijo Víctor acercándose a ella y en cuanto ella se giró Víctor le dio un dulce beso en los labios que ella no dudó en devolver.

—Buenas noches, mi amor —dijo él, en cuanto se separaron. Esa denominación hizo que ella se ruborizara.

—Bu-buenas noches —dijo ella, encantada, y salió del carruaje que se volvió a poner en marcha justo después de que ella se fuera.

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